Y algún día sabíamos que iba a ocurrir…
El 4 de enero a las 20.40 hs, el cuerpo de quien fuera uno de los más grandes artistas de nuestro medio y de toda América decía basta, dejándonos un dolor tremendo en el pecho.
Roberto Sánchez, 64 años después de nacer, cerraba sus ojos, dejando por sentado el comienzo de la leyenda. Porque paradójicamente, la muerte de Roberto alumbró al mito de Sandro. Ese Sandro de movimientos sugerentes y canciones que mutaron desde febriles rocanroles a dulces melodías de amor que enloquecían a sus nenas.
El 4 de enero a las 20.40 hs, el cuerpo de quien fuera uno de los más grandes artistas de nuestro medio y de toda América decía basta, dejándonos un dolor tremendo en el pecho.
Roberto Sánchez, 64 años después de nacer, cerraba sus ojos, dejando por sentado el comienzo de la leyenda. Porque paradójicamente, la muerte de Roberto alumbró al mito de Sandro. Ese Sandro de movimientos sugerentes y canciones que mutaron desde febriles rocanroles a dulces melodías de amor que enloquecían a sus nenas.
De todos modos, Roberto nos dejó algo más que a Sandro. Nos regaló su frescura, su hombría de bien, su enamoramiento eterno, su entereza moral y espiritual, esa que forjó a lo largo de toda su vida y que hoy es reconocida hasta el cansancio por sus colegas, un reconocimiento bien difícil de lograr en el mundo artístico. Pero él pudo lograrlo. Aún asombrándose a cada paso por el reconocimiento eterno que le demostraron esos, sus amigos, porque eran eso, más que colegas. Hasta podríamos hablar de discípulos sin temor a enrojecernos.
Y ese hombre que tanto tuvo, que tanto dio, que tanto disfrutó, estaba ahí, inerte, acostado en un féretro, envuelto en esa mortaja del recuerdo que alguna vez se probara en sus letras, pero en paz. El ídolo había encontrado el momento indicado para comenzar su gira eterna. Y así se lo hizo saber a su esposa, minutos antes de cerrar los ojos para ya no volver a abrirlos.
Esa fue la impresión que quedó en la retina de este cronista, luego de un largo día en las afueras del Congreso de la Nación, al momento de pasar por delante de su lecho final, luego de haber dejado atrás una enorme pila de rosas rojas que cada una de las miles de almas que se acercó hasta la Capilla Ardiente le regaló a él, al verdadero Hombre de la Rosa. Ese hombre que otra vez provocó que el cronista dejara escapar alguna lágrima.
Hay cosas difíciles de hacer en la vida de un periodista, entre ellas el narrar la ausencia de sus ídolos, como en este caso. Porque es imposible separar la huella que ha dejado ese hombre en los sentimientos, imposible dejar de sentirlo ídolo. Imposible hacerle caso al pedido de no llorarlo cuando se fuera a la eternidad, aún cuando se lo recuerde, como a la misma felicidad, sabiéndolo en el aire, entre las piedras, en el palmar, entre la arena y sobre el viento que agita el mar.
Eternamente gracias Gitano, Sandro, Roberto. Que en paz descanses. Te vamos a extrañar.
Pablo Santiago
Papelmundo Contenidos
Fotos: Pablo Santiago (más imágenes en http://estoymirandote.blogspot.com)
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